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  • ndbmiriam
  • 17 abr 2017
  • 3 Min. de lectura

Los cambios en el valor a través de la historia del dinero


De la sal procede nuestro «salario», del ganado, «capital» y del metal al peso la propia moneda, en origen un lingote controlado, sellado y garantizado por el Estado.

Tanto el valor, como el dinero, (aunque no tal como lo conocemos hoy) han existido desde siempre y su éxito vino con la moneda gracias a su singularidad. Es la forma de dinero más reconocible y perdurable a lo largo del tiempo.


Muchos pueden llegar a pensar, ya que existe esa creencia comúnmente aceptada, que el dinero que tenemos en el bolsillo ha tenido siempre las mismas características y el mismo valor. Sin embargo, de forma casi imperceptible a lo largo de toda la historia de la humanidad, los cambios en el valor del dinero han sido mucho más habituales y constantes de lo que nos podemos imaginar. Veremos dos ejemplos en la historia donde tanto las características del dinero como su valor se han ido modificando conjuntamente.


En la Antigüedad el valor de la moneda dependió de su contenido en metal precioso. En el 27 A.C. en pleno Imperio Romano, en la época en la que César Augusto, un denario estaba compuesto por un 95% de plata y un 5% de otros metales. Es decir, casi plata pura. Con el tiempo fueron reduciendo la plata que contenía el denario y llegado al siglo III, el denario de plata se había convertido en un trozo de bronce redondo al que se le daba un baño de plata. Aparentemente por su aspecto exterior, los romanos llevaban la misma moneda en el bolsillo, pero en realidad, el contenido de plata había prácticamente desaparecido en solo tres siglos.


Y si buscamos un caso más actual lo podemos ver en el dólar. Si en 1928 llevabas un billete de 1 dólar al Tesoro de los EEUU, te entregaban la cantidad equivalente en plata. Hoy en día ya no ocurre esto. De 1873 a 1914 tenemos lo que podemos llamar un patrón oro clásico. El valor de los billetes en circulación debía ser igual al valor del oro guardado en el Banco Central. En 1914, los billetes que tenían en circulación solo tenían que estar respaldados en un 40% de su valor por oro, es decir, el equivalente moderno de reducir la cantidad de plata de un denario romano. En 1946 al acabar la II Guerra Mundial, casi todo el oro del mundo estaba en EEUU y los países europeos no tenían oro en sus reservas para sustentar sus monedas. Se encontró la solución de crear el denominado sistema de Breton Woods, que básicamente consistía en que todos los países fijaban sus divisas a un tipo de cambio fijo con el dólar y sería EEUU con las reservas de oro en su país, el que garantizaría la convertibilidad del dólar en oro e indirectamente, también el valor del resto de divisas.


El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon comparecía ante las cámaras de televisión y anunciaba al mundo y a los ciudadanos norteamericanos la inconvertibilidad del dólar en oro y la liquidación unilateral del acuerdo Breton Woods.


Nacía así el dinero completamente fiduciario, cuya única garantía es la fe y la confianza en que esos billetes que llevamos hoy en el bolsillo valen realmente la cifra que en ellos está escrita.


 
 
 

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